La cal viva lo quemó todo. Podrían habernos dejado pudrir, al menos los gusanos nos harían más compañía. Pero ni ellos se acercan a este lugar.
Saberme condenado a este purgatorio es peor que morir de nuevo. Han pasado los años y sigo reviviendo, día tras día, la noche en que morimos. No entraré en detalles, la sangre es morbosa y yo ya tuve suficiente.
No, la muerte no fue bastante. Mi penitencia sabe a tierra que se introduce por la boca y atraviesa las cuencas de mis ojos. Nuestra losa se deshace conmigo. Temo fundirme en piedra y no ser reconocido nunca más.
Supongo que nadie vendrá a visitarnos, de momento Dios tampoco lo ha hecho. Nuestra casa está cerrada; solitaria; abarrotada de gente y vacía de vida; sin más compañía que el silencio y la oscuridad. Esperando que algún día identifiquen la nada.
Ya no me queda ni identidad, apenas distingo de quién son los huesos que tengo a mi lado.
El tiempo custodia nuestro hogar disfrazado de muerte. Mercenario de Dios que me observa amenazante. En ocasiones lo escucho reír. Se posa sobre nosotros aguardando al olvido, llevándose a los que mueren por segunda vez. Algunos de nosotros se han ido con él para siempre. Yo, sin embargo sigo aquí. Será que aún me recuerdan.
En esta fosa, no tan común en países que también azotaron tiranos, a veces sueño con tornados. Tormentas que arrasen este lugar y nos devuelvan a la superficie. Otras intento escarbar la tierra para emerger del suelo; vomitarla por mi mandíbula y gritar:
─ ¡Seguimos aquí! ─. ─ ¡Oigan! ─ , ─ ¡Seguimos aquí! ─.
«¡Pero qué iluso!». Perdónenme. Ya no sé ni lo que digo.
A veces se me olvida que la nada no puede hablar.
.
Alba Antolín, sobrina nieta de Gonzalo Muñoz Torres, represaliado en Valdenoceda, exhumado, identificado y entregado a su familia en abril de 2015.