22 de mayo de 2015.-
Ésta es la foto del nieto de Agustín. Agustín Delgado Sánchez era de Socuéllamos, en la provincia de Ciudad Real. Agustín murió en Valdenoceda el 13 de abril de 1941. El mismo día que Agustín murió Vicente Martín-Gil y un día después falleció en la cárcel Juan María González. Las familias de Vicente y Juan María fueron localizadas hacía años y sus restos fueron identificados y entregados en marzo de 2010. Pero la familia de Agustín no había sido localizada.
En mayo de 2014, nuestra Agrupación decidió pedir la colaboración de Voluntarios. En Ciudad Real apareció Javier, una persona que, como una hormiguita, fue buscando a las familias descendientes de los presos. Él solo ha conseguido localizar a más de 15 familias descendientes. Y localizó a un nieto de Agustín, hijo de una hija del preso. Éste, de nombre Juan, siempre nos manifestó su deseo de llevar los restos de su abuelo y enterrarlos con su hija, la madre de Juan. Para él, nos decía Juan, era muy importante hacerlo posible.
Pero Juan no era donante válido, ya que entre él y su abuelo había un cambio de sexo (la hija de Agustín, madre de Juan) y, por tanto, era imposible realizar una prueba de ADN con garantías. Y Juan removió Roma con Santiago, Socuéllamos con Cataluña. Allí viven otros nietos de Agustín, hijos de un hijo varón del preso. Ellos sí eran descendientes válidos para una prueba de ADN. Y tampoco sabían nada del abuelo. Se prestaron a la prueba y los restos de Agustín pudieron ser identificados mediante ADN.
El 18 de abril de este año, Juan y el Voluntario, Javier, llegaron a Valdenoceda, tras un gran madrugón (se levantaron a las 4 de la madrugada). Juan, jubilado, sentía que era un gran día y que era una ocasión para rendir su particular homenaje a su abuelo y a su propia madre. Y se puso su mejor traje. Él nos lo contó. Para él era un día muy importante, uno de los más importantes de su vida.
Javier, el Voluntario, fue la persona que entregó a Juan los restos de Agustín. Y Juan recogió los restos del abuelo en medio de una gran emoción. No dijo palabra. No pudo. Sólo torció el gesto, a punto de echarse a llorar, algo impensable para un duro manchego como él. Y quién sabe si sus gafas de sol ocultaban alguna lágrima en sus ojos.
Poco después, Juan y Javier volvieron en coche a Socuéllamos. Su primera parada fue en el cementerio. Y esa misma tarde, Agustín ya descansaba, en el cementerio de su pueblo, con su hija. Ya para siempre. Ya con la familia.
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